Para el prestigioso sociólogo español, Manuel Castells, una de las mayores paradojas de nuestro tiempo es que en la era de la globalización resurgen identidades singulares como principio básico de vida personal y de movilización social.
Es curioso observar como un mundo globalizado como en el que vivimos, en el que los mercados y tendencias se unifican, la gente se aferra a su identidad como fuente de sentido en sus vidas.
Para entender la política internacional o el día a día de cualquier país será necesario antes que nada entender la identidad religiosa, cultural, nacional, regional y étnica de cada sociedad.
Muchos de los nacionalismos radicales y mal entendidos, así como otras corrientes identitarias, han surgido tras el declive histórico de las grandes potencias geopolíticas del último siglo.
Otros, a raíz de movimientos de liberación o como respuesta al fracaso económico y político de nacionalismos que surgen entre los jóvenes educados, pero empobrecidos y sin perspectivas.
Tanto en estos países como en los países de occidente la reacción más común es el repliegue hacia categorías fundamentales de identidad, no negociables e indisolubles dentro del mundo global en el que vivimos.
Se construye la identidad basándose en códigos culturales, religiosos, históricos, personales, biológicos o geográficos.
Como sostiene Castells en un artículo publicado en El País en el año 2003 “Un mundo interdependiente y multicultural es un mundo de identidades comunicables o es un mundo en pie de guerra”.
El futuro lo haremos nosotros, todos, y ¿por qué no defender un mundo global que reconoce la identidad y singularidad de cada uno de sus miembros?
La MaLeTa 